ESPIRIDUALIDAD DEL CENÁCULO | |
CENÁCULO
DE MARÍA
Todo lo que Jesús, Hijo de Dios, ha dicho y ha hecho en el curso de su
vida, merece ser meditado y contemplado. Por tanto, todos los momentos,
los gestos y las palabras, pronunciadas por Él, pueden ser asimiladas en
nuestra oración y en la vida cristiana.
Pero hay tiempos en los que Jesús nos inspira una espiritualidad más
cercana a su corazón y, sobre todo, a sus momentos de sufrimiento. Uno de
estos tiempos es aquél señalado por la Última Cena, compartida por sus
discípulos junto con él en la sala del Cenáculo, en Jerusalén. Y el
Cenáculo se caracteriza por un triple paso de Jesús por su tierra:
Las horas que preparan la pasión y la muerte. Caracterizadas por la
inminencia de la dolorosa separación, pero contrarrestadas por el regalo
que Jesús hace de sí en la eucaristía;
La manifestación del Resucitado en la tarde de Pascua: caracterizada por
la alegría plena ante el encuentro con Cristo, vencedor de la muerte y
dador de una nueva Vida;
La manifestación del Espíritu de Cristo, en el Pentecostés cristiano.
También aquí Cristo está presente, por su Espíritu.
A cada hombre que sufre, Dios da su respuesta. Una respuesta de amor y
oblación. Pero la respuesta completa a este enigma fundamental del hombre
de todos los tiempos, lo tiene en el punto siguiente:
El por qué de la muerte, encuentra su respuesta en la alegría de Jesús
Resucitado, vencedor absoluto de la muerte y del pecado. Sólo Él, Cristo
Resucitado, otorga un sentido profundo a las angustias del hombre que se
interroga y del hombre que sufre.
El por qué del nacimiento del nuevo Pueblo de Dios, la Iglesia, encuentra
su respuesta en el regalo del Espíritu de Cristo. Y el mismo Jesús que
está presente, a través de su Espíritu, para que sus discípulos sean
presentadores y evangelizadores de la Buena Noticia: la del pecado y de la
muerte vencida por Cristo. Una victoria unida a nosotros, por el Espíritu
Santo. Una victoria que significa todo. Vivir para Dios y para Cristo, dejándonos
implicar en el Proyecto de salvación a favor de una humanidad que
necesita urgente nuestro anuncio. ENTONCES,
¿CUÁLES SON LOS TRES TIPOS DE ESPIRITUALIDAD, QUE MANAN DEL CENÁCULO?
Revisemos juntos las tres etapas significativas que giran alrededor de las
sagradas paredes que han hospedado a Jesús en la Cena del adiós, en la
tarde de Pascua y, porqué no, en el día del Pentecostés.
LA CENA DEL ADIÓS: Es la última Cena que Jesús vive con sus amigos. Se
siente, en esta cena, la perspectiva de la separación del Maestro.
Nosotros no sabemos hasta qué punto los apóstoles hayan acogido, en esa
tarde, las palabras que Jesús dijo durante la Cena. Leemos en evangelio
según san Marcos: «Tomad, este es mi cuerpo.»Tomó luego una copa y,
dadas las gracias, se la dio, y bebieron todos de ella. Y les dijo: «Esta
es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos. Yo os aseguro que
ya no beberé del producto de la vid hasta el día en que lo beba nuevo en
el reino de Dios»”(Marcos 14,22-25). Con estas palabras Jesús
preanuncia su pasión y muerte. Preanuncia la separación de sus amigos.
Pero, junto con preanunciar su separación, ofrece su Cuerpo y su Sangre:
instaura la Eucaristía.
Una espiritualidad que haga referencia a la Cena del adiós no puede
prescindir de la aceptación confiada de las voluntades de Dios. También
en la hora de la prueba, cuando es más difícil vivir este abandono, la
mirada se orienta al Divino Modelo: Jesús. Él no come el cordero pascual,
ni bebe el vino, anunciando que lo beberá nuevo en el Reino del Padre. Es
una actitud de renuncia, lo que Jeremías llama declaración de renuncia (Joachim
Jeremías Usted palabras de la última cena, Paideia Editora Brescia,
1973, 245).
A nivel parenético, exhortatorio, somos invitados a vivir con extrema
dignidad, la hora de la prueba, en la que ésta nos ataca. Prueba, es todo
lo que nos hace sufrir, que viene contra nuestras ideas, nuestras
intenciones y nuestros
proyectos. Prueba es todo lo que nos proporciona dolor: sea físico, moral
o espiritual. En la Cena del adiós, con la mirada orientada a su pasión,
Jesús ha donado a sus amigos, aquel su Cuerpo "partido" y
aquella su Sangre "derramada". Cuerpo partido y Sangre derramada
que recordarán siempre, el Gesto Eucarístico de aquella tarde del adiós.
Un gesto de amor y división. Un gesto con el que Él enseña su voluntad
de quedar entre su Pueblo. Una espiritualidad marcada a la Cena del adiós,
vivida por Jesús antes de morir, es una espiritualidad hecha con "ofrecimiento
total de si mismo", abandonada a la voluntad del Padre. Es una
espiritualidad eucarística, basada en la certeza que Jesús, el cordero
Pascual, se ha hecho nuestra comida y está realmente presente en cada Pan
consagrado. Es una espiritualidad caracterizada por la atmósfera de la
separación, pero contrarrestada por la certeza que Jesús siempre está
entre nosotros. LA
TARDE DE PASCUA: Jesús Resucitado se manifiesta la tarde de Pascua. Es
la espiritualidad de la Esperanza, alimentada por las voces de las
piadosas mujeres, de Juan, de Pedro y de los dos discípulos de Emaús. Es
la espiritualidad de la alegría llena nacida por el encuentro con el
Resucitado. El mismo Jesús, que exhibió sus llagas, y que se dio como
comida en la Cena del adiós. Es
la espiritualidad que proyecta el dolor y la separación del alma, en la
perspectiva definitiva del encuentro con Cristo Resucitado Es
la espiritualidad que invita a siempre pensar en positivo. A pesar de todo.
A pesar de la cruz y del sufrimiento. Es
la Paradoja del dolor cristiano que se transforma en una alegría
explosiva. Es
la espiritualidad de la sonrisa y de la absoluta certeza que la muerte ha
sido vencida. Pero también es la espiritualidad de la misión que ya en
esta tarde de Pascua, Jesús les plantea a sus amigos, en el entorno
familiar del Cenáculo. Y
por esto también es la espiritualidad de la comunión, de la hermandad,
de la amistad, de la solidaridad construida sobre el sentirnos "un único
corazón y una única alma". Una solidaridad labrada en las horas de
la pasión.
Jesús
no está más físicamente. Pero en aquel mismo Cenáculo de Jerusalén,
Él se manifiesta por Su Espíritu: el Espíritu de Cristo. Es el
Paraclito. Es el Consolador. Mirar Pentecostés, viendo los discípulos
unidos en oración alrededor de Maria, no puede sino hacer dirigir la
mirada a la Madre de Dios. Maria nos ha donado a Cristo y una
espiritualidad que pasa por Maria tiene que conducirnos a Cristo. Jesús
eucarístico y Maria santa. Sean estos las dos columnas de nuestro
Cenáculo Eucarístico Mariano.
Agradezco al amigo Roberto Bravo Úbeda de Santiago del Chile
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